La tentación - hija del pecado - está a la vuelta de la esquina, y, por mucho que queramos esquivarla, estará siempre declarándonos la guerra. ¿Cuál será nuestro deber? Tratar de vencerla - asistidos por la acción del Espíritu Santo - nunca solos, y estar siempre en actitud de buena intención actuando con rectitud. Nos conviene hacernos esta pregunta y tratar de - sinceramente- darle respuesta:
¿Tenemos, nosotros, la suficiente confianza para ir - estando enfermos - a que nos den el alta como curados? ¿No dudaremos y hasta nos volveremos atrás viendo que estando enfermos vamos a que nos den de alta? Pues, aquellos diez leprosos -según cuenta el Evangelio - obedecieron a Jesús y, estando todavía leprosos, fueron a presentarse a los sacerdotes, confiados en la Palabra de Jesús.
¿Qué sucedió? El Evangelio nos dice: Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?». Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado».
La pregunta cae por su propio peso: ¿Somos nosotros agradecidos por todo lo que recibimos cada día de nuestro Padre Dios? ¿Estamos agradecidos y le damos las gracias? Posiblemente, si tomaramos conciencia de lo que Dios nos da, nos quiere y nos perdona con Misericordia Infinita, otro gallo nos cantaría. Nuestra conversión sería, sería y profunda. Por tanto, no perdamos el tiempo y seamos agradecidos. Demos gracias a nuestro Padre Dios cada instante de nuestra vida y permanentemente, porque, Dios nos regala la vida y todo lo que tenemos, y nos lo da para nuestra salvación eterna. Amén.