La experiencia nos dice que hay momentos en nuestra vida donde el horizonte se nubla y la tentación - mundo - demonio - carne se hace presente y nos debilita alejándonos de Dios. Sí, necesitamos fortalecer nuestra fe y oración con la fuerza del ayuno y penitencia que nos sostengan firmes y decididos para resistir esas apetencias que nos arrastran al pecado - romper con nuestro Padre Dios -.
Sí, llegan momentos, como nos dice el Evangelio de hoy - Mc 2, 18-22 - que nos parece que se ha ido el esposo y que nos quedamos desamparados. En realidad, Dios - el Esposo - siempre ha estado, está y seguirá estando, pero, según nuestra manera de percibirlo, experimentamos momentos de zozobra y lejanía. Es la hora de la penitencia y el ayuno; la hora de poner paños nuevos y odres nuevos al nuevo vestido y al vino nuevo.
Porque, llegan otros tiempos. Dios se ha encarnado en Naturaleza humana y está entre nosotros. No se ha ido, se ha quedado en el Sagrario, en el Alimento espiritual que nos vivifica y nos renueva cada día. Por tanto, vivamos con esa alegría y ese entusiasmo en la presencia del Señor, y fortalezcamos nuestro camino con el ayuno y la penitencia que la lucha diaria nos trae con la fe y la oración. Amén.
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