Un cristiano no puede pararse, porque, pararse equivale a establecerse, a anquilosarse, a cruzarse de brazos y a permanecer en el frigorífico. Un creyente parado es aquel que se queda en y con la misa, las prácticas y las costumbres. Se muere sin darse cuenta. El cristiano comprometido camina, se arriesga y sale - con su vida y obras - anuncia la Buena Noticia. Porque, solo en y por el camino puedes ir derramando tu olor y perfume de la Buena Noticia.
Quedarte establecido y resguardado en tu seguridad, tu hábito eclesial, tu ambiente religioso y tus habituales prácticas, no despiertas inquietudes ni trasmites actitudes ni, siquiera, influyes en el medio donde tu vida se desarrolla. Peor, colaboras a dejar las cosas como están y en manos de aquellos que, instalados en su establishment - ley del sábado - deciden el camino.
Señor, sé y reconozco que tengo que moverme, pero, también descubro y experimento mis debilidades y la naturaleza de mi fortaleza herida por el pecado. Mis apetencias, mis comodidades, mis seguridades y todo aquello a lo que mi naturaleza se ve arrastrada y apegada me apartan de mi compromiso bautismal. Consciente de todo eso, Señor, te pido esa fortaleza y voluntad para enfrentarme - asistido por tu Gracia - a la lucha de cada día contra esa corriente que me arrastra y aleja de Ti.
Dame, Señor, la perseverancia de sostenerme en tu presencia y alimentado por tu Cuerpo y Sangre - Santa Comunión - fortalecerme diariamente para, injertado en el Espíritu Santo, salir victorioso contra la tentación del pecado - mundo, demonio y carne -.
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