Hay muchas oraciones que hacemos con los labios y, por supuesto, hermosas y profundas. Sin embargo, sucede que, al menos a mí, se me va el santo al cielo y lo que leo no lo asimilo y menos, terminada la oración, desaparece de mi corazón y no me acuerdo de nada. Nuestra debilidad queda manifiesta.
En repetidas ocasiones me he confesado de esas livianas y distraídas oraciones con las que no me siento a gusto por la forma - mía - de realizarlas. Sin embargo, por la Gracia de Dios, últimamente he experimentado que, sin dejar estas oraciones, la mejor oración es actuar sobre la marcha en el servicio y la obediencia que demandan los otros como ayuda. Experimento que esas si son oraciones auténticas que me salen del corazón. Y se suceden a cada momento a lo largo del día.
Esos actos concretos de servicio a los demás, tales como: en el momento de conducir tu coche hacerlo con la debida preocupación y respeto a los demás y normas de tráfico; darme cuenta del trato con cada persona con la que me cruzo cada día; tratar de mostrarte agradable, respetuoso y atento; servir con atención, disponibilidad y dándote todo lo que puedas; ver en cada persona al Señor y muchas cosas más que se repiten cada día a lo largo de tu camino. ¡Cuántas oraciones auténticas y hermosas puedes vivir, hacer y experimentar cada día!
Entonces comprendes que es verdad que se puede estar todo el día en la presencia del Señor, y experimentas que tu vida cambia, se transforma. Pero, no solo para ti, sino que también lo notan los demás y tu testimonio empieza a interrogar también a los otros. ¿Por qué esta persona actúa así? Pidamos, pues, que nuestras oraciones no se queden simplemente en nuestros labios, sino que bajen al terreno de la vida y se concreten en verdaderas acciones de amor. Amén.
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