Me he quedado pensando en el agua y el vino. El agua es fuente de vida y sin agua la vida no existe. Es necesaria el agua para que la tierra viva y respire, y nos dé todo lo que necesitamos para alimentarnos, porque de ella comen también los animales que luego nos sirven para el trabajo, vestido y alimento.
Pero la vida necesita alegría y fiesta. Detrás del trabajo de la cosecha viene la fiesta que lo celebra. Y la fiesta necesita alegría. Ahí entra el vino, que nacido de la tierra injertado en la vid, nos alegra el corazón y nos impulsa a festejar los frutos conseguidos por el trabajo. Luego llegará el descanso.
Todo nos son necesario. El agua, el vino y el descanso, pero siempre tomados con moderación y disciplina. Porque demasiada agua puede incluso ocasionar muerte, y no digamos del vino ingerido en demasía. También, el descanso puede sentarnos mal cuando de él se abusa. Necesitamos saber usarlos y aplicarlos en tiempo y momento.
Pidamos al Señor que nos dé esa fertilidad del agua para cultivar y germinar la tierra y dar verdadero frutos de amor. Pidamos al Señor que seamos también vino alegre que transmita deseos de vivir y de contagiar la fe, que nos lleva al verdadero camino de salvación. Y seamos prudente y humildes, y descubramos nuestra pobreza y la necesidad de descansar para recuperar fuerzas.
Fuerzas para continuar el camino injertado en el Espíritu Santo y fortalecidos por su Espíritu, que nos transforma en manantiales de agua viva, que da vida. Vino alegre para transmitir alegría y ganas de vivir, y el descanso reparador para empezar de nuevo cada día con fuerzas renovadas. Amén.