La experiencia nos dice que cuando se reconocen los derechos las luchas y enfrentamientos se dan por terminados. Si tú tienes derecho, yo tendré que aceptar y admitir que no lo tengo, y sería injusto que te pisará y quitara tu derecho. Por consiguiente, se hace justicia y se produce paz.
Eso no es sino amar. Porque cuando tú amas estás esforzándote en respetar y hacer justicia con tus derechos y los de los demás. Cuando respetas aceptas el derecho del otro, y es ahí donde termina el tuyo, y viceversa. El amor genera paz y justicia y los pueblos vivirían en paz y convivencia fraterna. Se haría como decíamos ayer el Reino de Dios.
Te pedimos, Señor, la sabiduría de darnos cuenta que el amor es la carta que tenemos todos que jugar. Es la carta que nos abre la puerta de la verdad y la justicia y establece la paz. El amor del que Tú eres referencia y modelo. No hay otro, y nos engañamos cuando buscamos soluciones falsas y engañosas en otros modelos que, aparentemente, parecen pacíficos hasta que les toca el propio bolsillo del poder, la ambición, los privilegios o las riquezas.
Sin Ti, Señor, no sabremos ni podremos amar. Tú nos has enseñado entregando tu Vida por amor, y perdonando a aquellos verdugos que te llevaron a la muerte de Cruz. Tu, en silencio, has aceptado la condena injusta que tus contemporáneos te han infringido. Pero en silencio no significa que te hayas resignado, sino que la has denunciado enarbolando la Palabra de la Verdad sin violencias ni rebeliones.
Nunca has dejado de proclamarla y, en todo momento, sobre todo en los momentos de tu Muerte, les has ofrecido tu perdón. Un perdón que transforma nuestro corazón y nos llama a convertirnos y corresponder amando como Tú. Danos, Señor, tu alimento para que nunca falte el amor en nuestro corazón que nos empuja a ser generoso como Tú quieres. Amén.