La vida nos presenta muchas dificultades. Muchas veces no provengan del exterior, porque, quizás son las que mejor podemos vencer, sino de nuestro propio interior. Ya sea como enfermedad, remordimiento, intranquilidad de conciencia o de otra índole. El resultado es que hay momentos de cansancio, de oscuridad y de deseos de abandono.
Y en la oración encontramos la fuente de nuestra fuerza. En ella podemos reforzarnos y levantarnos para continuar el camino. El estilo que Jesús nos dejó estaba marcado por la oración. Los momentos importantes de su Vida están llenos de oración, y cada momento de nuestra vida, por pequeño y sin importancia que parezca, son momentos vitales e importantes.
La oración es el aire que oxigena nuestro camino, lo despeja y le da sentido. La oración coloca todos nuestros desaires y fracasos en el lugar donde pueden transformarse en impulsos de energía y esperanza. Porque nada supone fracaso, sino oportunidad de levantarse, reponer humildad y seguir los pasos. Porque lo importante no son los pasos ni los resultados que traen los mismos, sino la huella de amor que tú vas dejando en tu propia vida.
Y esa huella de amor está íntimamente relacionada con la oración. Jesús, el Señor, elige a sus apóstoles previos momentos de oración, y también tú y yo somos momentos previos de oración por el Señor. Porque desde el principio fuimos pensados y creados por Él. Estábamos en su Pensamiento, y también en su Pensamiento está el que volvamos a Él.
Pidamos, confiados en su Misericordia y en constante oración de cada día que descansemos en Él y sigamos sus pasos. No perdamos su ritmo y tengamos plena confianza que Él camina también con nosotros, a pesar de la oscuridad y los nubarrones que nuestra vida descarga en nuestro propio camino. En Él lograremos encontrar siempre la salida. Amén.
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