Todos los hombres buscan los primeros puestos. Todos queremos ganar. Nadie juega con la intención de perder. Y eso ocurrió hace aproximadamente dos mil años. Los apóstoles se disputaban los primeros puestos y discutían sobre quien de ellos sería el mayor. No parece que los tiempos hayan cambiado mucho.
Jesús que advierte esas disputas y sabe lo que anhelan sus corazones, les dice: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor». No se trata de mandar, sino de servir. Y se ocupa un puesto primero para servir, pues eso nos lo transmitió Jesús aquella noche en la que obligó a sus apóstoles a dejarse lavar los pies por Él.
Si Él, el Maestro, hace eso, ¿qué debemos hacer nosotros? Pues exactamente lo mismo, servir y servir. O lo que es lo mismo, amar y amar. Porque servir es amar. O dicho de otra forma, se sirve porque se ama. Y porque se ama, se sirve. Es lo que hace Jesús con todos nosotros, los pecadores. A pesar de nuestros pecados y rechazos, Jesús continúa ahí esperando nuestro regreso para llevarnos a la Casa del Padre.
Y en eso vale todo lo que nos ayude a regresar, porque de lo que se trata es de encontrar el camino de regreso. No todos, quizás, venga del mismo lugar o estén en el grupo, pero si todos aquellos que se esfuerzan en amar encontrarán el camino.
Y eso es lo que pedimos en este momento de oración. Danos, Señor, la sabiduría de no poner obstáculos e impedimentos a aquellos que, de alguna manera, ayudan a encontrar el verdadero camino hacia Ti. Quizás no sea desde dentro o en la Iglesia, pero lo que verdaderamente importa es lo que nos dice Jesús: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros». Amén.
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