Mi cabeza no piensa así; mis criterios son otros; mi justicia es limitada y no alcanza la misericordia que Tú me presentas, Padre, necesito cambiar. Mejor, necesito que me cambies, porque yo no puedo. Soy como el hermano mayor y me cuesta recibir a mi hermano que regresa fracasado. No soy capaz de verme a mí mismo como pecador. Me experimento justo, mejor que él.
No entiendo como compartes con publicanos y pecadores. Ellos no lo merecen. Son los desechos de la sociedad. Nosotros somos los herederos a los que está destinado el Reino de Dios. ¡¡Que ciegos estamos, Señor!! Perdona nuestra ceguera y nuestra necedad. Ten Misericordia de nosotros.
Porque, ¿quién verdaderamente necesita médico? ¿Los buenos o los malos? El sentido común y la lógica nos responde que los malos. Es decir, los enfermos, los perdidos, los pecadores. Y eso es lo que hace Jesús, porque ha venido a curar y salvar a los enfermos, a los perdidos y pecadores. Esas son las ovejas perdidas, las que se alejan y quedan a merced de los lobos del mundo. ¡¡Sálvanos, Señor!!
Por eso te pedimos, Señor, un corazón misericordioso como el tuyo, Señor. Capaz de perdonar por encima de lo que es justo o no lo es: Capaz de perdonar por encima del pecado y de la sin razón. Un corazón abierto a la misericordia y al perdón. Danos, Señor, la Luz de poder entender tu Gracia y todo lo que nos has dado gratuitamente. Danos la virtud de sentirnos agradecidos, porque eso hará que te reconozcamos como Señor y Dios nuestro.
Y también nos ayudará a vivir en tu presencia, cercanía y Palabra y a experimentar que sólo el amor nos acerca a la verdad haciéndonos libres. Porque sólo Tú, Señor, eres el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.
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