¿Nos damos cuenta de lo ocurrido? ¿Damos crédito a lo que leemos? Ante un acontecimiento así, lo primero que se me ocurre es proponerle a Jesús una sociedad para pescar. Con una sabiduría así, donde aquellos marineros expertos no había sido capaces de pescar nada, Jesús en un abrir y cerrar de ojos consigue llenar hasta rebosar todas las redes.
Dios mío, parece más milagros que aquellos pescadores dejaran todo lo que tenían y siguieran a Jesús sin la tentación de proponerle una sociedad para hacerse ricos. ¿No nos ocurre a nosotros eso? ¿Estamos más pendiente a las cosas que podamos conseguir con y de Jesús que al mismo Jesús? ¿Estaríamos dispuestos a oír la propuesta de Jesús, tal y como ocurrió con aquellos pescadores?
Hay muchas preguntas que responder y que respondernos. Y la primera sería aceptar esa invitación de Jesús a subirse a nuestra barca. A la barca de nuestra vida. ¿La aceptas? ¿La aceptamos? Y dejar que descanse en nosotros y nos diga dónde y cuándo echar las redes. Las redes de nuestro corazón, de nuestro trabajo, de nuestras ilusiones, de nuestra esperanza y de nuestra fe.
Las redes están en nosotros, pero su finalidad es salir de nosotros para llegar al ustedes, al vosotros, y arrastrarnos a la Luz. La Luz que ilumina, que santifica y que salva. La Luz que nos da la Vida Eterna que tanto buscamos sin saber donde echar las redes. Danos, Señor esa Luz que ilumina nuestra vida y la vigoriza para responderte como los apóstoles y dejar todo para seguirte.
Danos la sabiduría de obedecerte y bogar mar adentro, hasta lo más profundo de nuestro interior, para salir, de la superficialidad de la vida, al interior más profundo del único y verdadero Amor que está en Ti. Para romper con la monotonía y la rutina que nos esclaviza y nos ancla en la orilla sin posibilidad de echar las redes. Amén.
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