Sé, Señor, que mis fuerzas me fallan, y mi condición humana me traiciona a cada momento. El camino, la subida se hace cuesta arriba y penosa. Me quedo a mitad del camino y me asaltan muchas tentaciones que me invitan a abandonar, a instalarme en la comodidad y placeres. Saber que Tú me invitas a seguirte y a subir contigo a Jerusalén no me seduce, porque me da pereza y, según me dices, no tienes donde reclinar tu cabeza.
Siempre estás en camino. ¿Es esa tu invitación, Señor? No tengo fuerzas ni tampoco ganas, pero mi corazón, Señor, si siente deseos de seguirte. Pero, ¿cómo, Señor? Por eso empezaba mi humilde reflexión - oración desnudándome ante Ti. Porque soy débil y frágil. Mi esperanza es saber que Tú me conoces y, conociéndome a fondo, ¿me invitas?
Eso transforma mi corazón y lo llena de esperanza, porque Tú, Señor, no puedes mandarme nada que yo, contando con Tu Gracia, no pueda hacer. Gracias, Señor, por tu Amor y Misericordia, y porque, no sólo me invitas, sino que me acompañas. Así, con tu ayuda y tu presencia eterna, puedo caminar tranquilo y esperanzado porque sé que puedo superar todas las pruebas que se me presentan en el camino. Porque, contigo Señor, soy mayoría aplastante. Amén.
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