Cuando se cree no se duda. Se cree que esto va a pasar y ya está. Sin embargo, mi fe, aunque quiere creer y lo cree, siempre mantiene esa duda dentro de sí, y es lo normal y lógico. Porque la fe no la podemos comprar, ni siquiera adquirir. La fe es un don que da Dios y que yo, por eso, le pido encarecidamente.
Sí, experimento que tengo más fe, porque en el tiempo lo noto. Creo que ahora me costaría mucho dejar al Señor, pero también siento el peligro de instalarme y acomodarme a unas prácticas, unas reflexiones y unas casi costumbre que, quizás, me hacen sentir bien. Pero eso no basta. La fe implica algo más. Es un riesgo que demuestra que se cree, porque cuando tú crees en alguien arriesgas hasta tu vida por ese alguien.
En ese sentido, creo, que nos invita el Papa Francisco a meter líos hasta el punto de arriesgarnos. Porque la fe complica y mete en líos. Supongo que fue una complicación para aquel centurión recabar la ayuda de Jesús. ¿Un centurión romano creyendo en el Dios de los judíos? Podía verse complicado si eso trasciende. Y mira que ha trascendido hasta el punto que se repiten sus palabras en todas las misas de la Iglesia.
Señor, aumenta mi fe y dame la fortaleza y el valor de comprometerla, de proclamarla y de arriesgarla. Y no se arriesga sólo poniéndola en peligro, sino reflejándola en tu vida con el servicio, la escucha, la comprensión y la caridad. La fe se enciende en la medida que tu corazón queda prendido por y de ella. Y al prenderse quema todo lo que se le acerca. Se nota una fe viva. Así se notó la del centurión que la sacó a relucir por su siervo gravemente enfermo.
Danos, Señor, ese don de la fe. Una fe viva, disponible, entregada, servicial, amorosa, caritativa, compasiva, solidaria y misericordiosa, para que, sacándola a la calle, los demás puedan verla. Amén.
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