Depende de ti, porque Dios, tu Padre y nuestro Padre, no quiere que te pierdas lo que tiene preparado para darnos al final de nuestro camino por este mundo. Tanto es así que ha enviado a su Hijo para decírnoslo y para enseñárnoslo, hasta el punto de entregar su Vida para que nos diésemos cuenta de hasta donde llega su compromiso. Dios es tu Padre y, como buen Padre, busca tu salvación. No quiere que pierdas esta hermosa oportunidad de ser feliz para siempre.
Esta vida es un camino y una prueba donde tú y yo tenemos que demostrarle correspondencia a su Voluntad. Nos señala un camino, que podemos cumplir, porque no nos pone pruebas superiores a nuestras fuerzas, y nos acompaña para, cuando no echamos fuera del redil, buscarnos y orientarnos el camino de regreso. Nos demuestra tanto amor que, cuando lo descubres, sientes vergüenza de no corresponderle.
Hoy, Señor, avergonzado por fallarte tanto; avergonzado por tanta debilidad y fragilidad quiero pedirte perdón. No quiero buscar justificaciones, sino admitir y aceptar mis pecados. Me pierdo a cada instante y siempre termino esperándote, porque siempre sucede eso. Tú no te cansas de salir a buscarme y, cuando caigo en la cuenta de eso, siento vergüenza. Perdoname, Señor, aunque me resulte vergonzoso decírtelo.
Soy consciente de que me salva tu Infinita Misericordia y me siento tan pequeño, tan frágil que me abandono en tus brazos como oveja perdida tal y como me anuncias en el Evangelio de hoy. Danos, Señor, la fortaleza y la sabiduría de sabernos verdaderos hijos tuyos y fortifica mi débil voluntad para que, cada día, se un hijo más obediente, dócil a tu Palabra y menos pecador.
Me ánima la confianza, a pesar de mis caídas y pecados, tu Infinita Misericordia y tu perseverante y constante cuidados hasta el punto de salir a buscarme cada vez que mi ignorancia y mis debilidades me desorientan y me hacen perderme. En tus Manos, Señor, me abandono. Amén.
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