El sentido común se impone y nuestra esperanza nos lo descubre y nos lo dice, pero la duda siempre duerme dentro de cada uno de nosotros. Unas dudas alimentadas por nuestras pasiones y la debilidad de nuestra naturaleza caída y herida por el pecado. En esos instantes experimentamos nuestra esclavitud y nuestras debilidades a las que nuestra naturaleza nos somete y encadena.
Necesitamos ver, Señor, ver con los ojos de la fe. Lo mismo que te pidió Bartimeo - Mc 10, 46-52 - también nosotros queremos expresártelo hoy, inmediatamente después de conmemorar tu nacimiento. Ver para seguirte con firmeza y disponibilidad. Somos conscientes de nuestras debilidades y flaquezas y sabemos que este mundo, sumergido en el hedonismo y en el consumo, tu nacimiento pasa desapercibido como también lo fue tu venida hace ya XXI siglo en Belén.
Y nosotros, Señor, no queremos dejar escapar la ocasión para, no sólo conmemorar tu nacimiento sino para pedirte luz, sabiduría y fortaleza en el esfuerzo de cada día en construir la paz. Esa paz que Tú has venido a traer y que hoy pedimos a través de la Conferencia Episcopal en esta oración: Por la paz entre todos los hombres y entre todos los pueblos para que la celebración del nacimiento del Hijo de Dios impulse a los fieles cristianos a luchar por instaurar en el mundo la paz que Cristo trajo con su venida.
Gracias, Señor, por tu Resurrección y por la Gracia que el Espíritu Santo derramó en Pedro y Juan, tus discípulos, que nos transmitieron con su testimonio tu bendita Resurrección. En ellos y en todos los demás, sobre todo, Pablo de Tarso, apóstol de los gentiles, por el que nos ha llegada el anuncio de tu Resurrección, te damos gracias, Señor y te pedimos que ese anuncio de salvación que Tú nos has traído no se apague nunca en nuestros corazones. Amén.
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