No es fácil dar porque nuestra naturaleza humana es egoísta y acaparadora. Si nos observamos vemos que todos queremos sobresalir por encima de los demás. Esa inclinación nos enfrenta, provoca envidia y nos hace competir hasta el extremo de hacernos daño. Es verdad que en unos este egoísmo es más fuerte que en otros, pero, por regla general la especie humana está tentada por esta tendencia. Y esta mancha no es otra cosa que el pecado. Venimos ya a este mundo tocados por el egoísmo y necesitados de limpiarnos. Es lo que sucede en la hora de nuestro bautismo.
Pero, después del bautismo la vida sigue. Sigue el camino y las malas inclinaciones despiertan en nuestros corazones, y volvemos a caer en lo de siempre. El egoísmo y las satisfacciones nos obligan a acaparar, a mentir y hasta matar para obtener más y mejores beneficios que los demás. Y, por supuesto, nos cuesta mucho dar, y más darnos. Por eso, Señor, teniéndolo claro, te pido que me ayudes a suavizar mi corazón y despojarlo de esos sentimiento egoístas que lo esclavizan y lo endurecen acaparando deseos de poder y de riquezas.
Dame, Señor, un corazón generoso, abierto a la compasión y fuerte para la renuncia de todo aquello a lo que mi corazón está apegado desde su nacimiento. Dame un corazón parecido al Tuyo y dispuesto a olvidarse de sí mismo y, como Tú, Señor, estar dispuesto a ir muriendo y renunciando a su vida para ganar la que Tú me has prometido. Porque, de nada me vale ganar este mundo para perder el verdaderamente importante, el que Tú preparas para nosotros. Dame, Señor, la fortaleza, la sabiduría y la voluntad necesarias para ser capaz de ir desprendiéndome de todo aquello que, aunque no me sobre, pueda yo compartir con los demás dando mi vida por amor. En Ti, Señor, confío. Amén.
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