En el rito del bautismo nos sumergimos en el agua como signo de morir al pecado y emergemos limpios de él y renacidos a una vida nueva. Es ese el simbolismo del agua bautismal que hoy manifestamos derramando un poco de agua en la cabeza de niños y niñas. Y también en los adultos. Sin embargo, en la antigüedad, los primeros cristianos se sumergían como señal de lo que hemos significado antes. Aunque, la forma externa ha cambiado, el significado sigue siendo el mismo.
Nacer de nuevo, tal y como explicó Jesús a Nicodemo, significa morir a esa vida vieja de pecado para renacer a una vida nueva purificada por el Espíritu Santo y limpia de todo pecado para seguir a Jesús. Porque, de otra manera no lo podrás seguir. Son sus propias Palabras: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios».
A la extrañeza e incomprensión de Nicodemo, Jesús añade: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu».
Pidamos al Señor que, por medio del Espíritu Santo, podamos entender este nuevo nacimiento y que nos dé las fuerzas necesarias para, desde la disponibilidad a la acción del Espíritu, dejarnos llevar en la dirección que el viento sople a ese resurgir de una vida nueva para gloria de Dios. Amén.
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