Las contradicciones, las dudas, las suposiciones y opiniones son de todos los colores. Unos afirman, otros dudan y otros suponen, pero, los apóstoles, testigos oculares y presenciales del hecho lo atestiguan y lo testimonian. Jesús vive y, si vive es porque ha resucitado. Hay muchas razones y nadie se atreve a negarlas. Quizás haya más dudas en la veracidad de todo lo que se habla de otros personajes históricos, a los que todo el mundo da por cierto su historia, que a lo que se refiere a la historia de Jesús.
Sería disparatado considerar que, encontrado el sepulcro vacío, el sudario envuelto aparte de las vendas, las apariciones de Jesús a las mujeres, luego a los apóstoles en el cenáculo, a Tomás, de nuevo en el lago... y finalmente a Pablo camino de Damasco pusiese a todos de acuerdo para coincidir en lo mismo: Es Jesús Resucitado. Todos vieron a la misma Persona y todos coinciden, a pesar de verlo en diferentes momentos, lugares y tiempo, que es Jesús Resucitado. ¿No es esto más que suficiente?
Y más. Un grupo de hombres asustados, temerosos, escondidos y hasta el punto de negarlo, tal y como hizo Pedro, unos días después, se envalentonan, reciben una fortaleza que no se entienden y salen, con una disponibilidad y claridad meridiana a proclamar esa experiencia del Jesús que ellos han visto resucitado. Y lo hacen sin miedo, sin temor y dispuestos a todos. Tanto que todos, menos Juan, que a pesar de sufrir murió de muerte natural ya anciano, los demás fueron mártires.
Todo esto no nos hace sino descubrir y demostrar que la muerte y Resurrección de Jesús es un hecho real y cierto. Y ese Jesús continúa con nosotros hasta hoy alimentando nuestro espíritu con su Cuerpo y Sangre en cada Eucaristía que celebramos. Por eso, hoy, un año más celebramos su Resurrección y le pedimos que nos dé la fortaleza y la perseverancia de continuar nuestro camino alimentándonos cada día de su Cuerpo y su Sangre. Amén.
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