Colócate ante Dios tal y como te sientes en este momento. Ábrete a su amor incondicional. ¿Sabes que te busca, te espera, te ama? Dile con el salmista: «Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, Dios mío. Mi fuerza salvadora»
Deja que Jesús pose su mirada sobre ti, ábrete a su palabra de vida. Tiene un proyecto para ti. Acércate confiadamente a él. “Me dices que soy la sal de la tierra, la luz del mundo. ¿No te habrás confundido de persona? ¿Acaso no sabes quién soy yo? ¡Cómo me dices estas cosas! ¿Por qué me escoges para que yo sea un humilde reflejo de tu luz en medio de las gentes?”
Mira a María, la mujer que acogió la mirada de Dios y se dejó hacer por su amor. Siempre tuvo encendida la lámpara de su confianza y abandono en Dios. Reza:
Gracias, Padre, por tanta gente sencilla que hace el bien sin ningún ruido, calladamente, gastando su vida, como una lámpara de cera, para dar luz. Quiero unirme a ellos y con ellos a ti. Sembraremos juntos el Evangelio. Amén.
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