Sería un error reducir todo al aspecto económico. No cabe duda que el dinero tiene mucho poder y abre muchas puertas, pero la caridad no es exclusiva de él. En muchas circunstancias y ocasiones el dinero no es la solución a los problemas. Sí, en cambio, el tiempo. Porque en muchas ocasiones una compañía es la respuesta que ayuda a otra persona a levantarse y a enderezar su vida. Y eso sólo se hace con tiempo y con presencia.
Por eso, el darse tiene mucha relevancia e importancia en la actitud solidaria y caritativa. Y eso, más que desarrollarlo es cuestión de pedirlo. Pidamos al Espíritu Santo un corazón desprendido, generoso, abierto a la solidaridad y a la comprensión. Un corazón capaz de compadecerse, de emocionarse, de capacidad de sufrimiento, sacrificio y renuncia. Y también pongamos en ello todo nuestro empeño y esfuerzo llenándonos de paciencia y esperanza.
Pidamos también que seamos capaces de reconocer las dificultades que viven en nuestro propio corazón. Un corazón humano con mucho de piedra, de endurecimiento y egoísmo. Un corazón esclavizado por el pecado y sometido a los caprichos, poder e intereses de este mundo. Un corazón pobre y humilde que necesita ser transformado y lleno de la Gracia de la caridad y el amor.
Hoy, un día después de la clausura del año jubilar de la Misericordia del Padre, que ayer se clausuraba por el Papa Francisco en Roma, pedimos al Padre que transforme nuestro pequeño, pobre y esclavo corazón en un corazón humilde, compasivo y, sobre todo, misericordioso como el Padre. Amén.