A veces cuando hablo con alguien que se resiste a creer saca a relucir lo que realmente no se puede explicar ni cabe en nuestra cabeza. Con cierta riza irónica se asombra de que pueda creer que el nacimiento de Jesús ocurrió de la manera que la Biblia lo describe. No entienden como una mujer virgen pueda haber dado a luz. Están pegados a la carne y a la sangre.
Por otro lado se agarran a la razón y no creen lo que no pueden entender o no han visto. Les gusta mucho eso de argumentar científicamente, pero, a pesar de eso, dan muchas cosas por hechas sin ninguna prueba científica. ¿Quién hizo el mundo? ¿Se ha hecho a sí mismo? ¿Quién ha puesto dentro de nosotros ese deseo de felicidad eterna? Y muchas preguntas más que los científicos no pueden responder.
La clave es Jesús. Ese es mi argumento principal. Aparece Jesús y con su Vida y sus Obras revela al Padre que lo ha enviado. Ese Dios creador del mundo presenta a su Hijo entre los hombres y, en Él, cumple todas sus promesas, y por Él, por los méritos de su Pasión y Muerte, nos rescata y redime para la salvación eterna. Él es el Pan que da Vida y que no muere. Hasta entonces todo lo que Dios había dado a su pueblo tras la liberación de Egipto era alimento perecedero que no da vida eterna. Ahora es otra cosa, este sí es el Pan verdadero que salva y da Vida Eterna.
Jesús es la salvación que el Padre nos había prometido y que nos lo presenta en el Jordán. Él lo explica todo y desde Él se entiende todo. Su Resurrección es el fundamento de nuestra fe. En Él dejamos todas nuestras dudas, nuestros inexplicables razonamientos, nuestras esperanzas y nos abandonamos en sus brazos. Porque, Tú, Señor, eres el Pan que nos salva y que nos das la Vida Eterna. Amén.