No es fácil permanecer atento, el mundo tiene muchos
recursos para distraernos y nuestra naturaleza demanda también distracción.
Somos humanos y necesitados de apetencias que satisfagan nuestros instintos
primarios tanto carnales como sensitivos y de ocio. El demonio tiene muchas
cartas a su favor y, a menos que nos descuidemos, termina con nosotros.
Por eso necesitamos estar permanentemente unidos al Señor. Y
eso lo conseguimos a través de la oración y los sacramentos, especialmente la
Penitencia y la Eucaristía. Necesitamos purificarnos con frecuencia -
penitencia - y alimentarnos de Pan Eucarístico que nos fortalece
espiritualmente y nos da la capacidad de perseverar y pertrecharnos contra las
amenazas del demonio.
No podemos quedarnos aislados ni solos, ni a merced de
nuestras débiles fuerzas, porque, de permitir esto quedaremos en manos del
demonio y nos llevará a olvidarnos de nuestro camino y hora final. Entonces,
sucederá lo que tememos, que no estaremos vigilantes ni atentos a la hora en
que nos visitará el Señor. La hora más importante de nuestra vida. Quizás sea
necesario pensarlo así, descubrir y tener muy presente que ese momento de
nuestra muerte es el momento y la hora más importante de nuestra vida.
No es la muerte, sino la hora del encuentro con el Señor. Es
el instante de nuestra cita y en donde se nos revelará todo aquello que ahora
no podemos entender ni descubrir. Por lo tanto,
caminando con ese pensamiento viviremos en la esperanza de saber que cada día
nos acercamos más al encuentro con el Señor y eso nos fortalecerá para
permanecer vigilantes y atentos a vivir en su Palabra y su Voluntad. Pidamos
esa Gracia, la de estar atento a nuestro encuentro con el Señor. Amén.