Esa es nuestra alternativa. Y no es fácil, porque el mundo en que vivimos nos lo pone difícil. Hay mucho ruido, muchas luces, muchas celebraciones y fiestas, muchos regalos, muchos banquetes, comidas, panderetas y cantos, pero, ¿Tú, Señor, dónde estás? Porque lo que sé de Ti es que naces en el silencio de la noche, en la oscuridad que Tú mismo alumbras. Naces pobre, en un humilde pesebre abandonado y en las afueras de la ciudad. Podría hablar que con los excluidos, rodeados de pastores, la última escala social.
Sólo los ángeles celestiales te cantan alabanzas y anuncias a los pastores que has nacido. Y escuchan el anuncio de tu nacimiento, y corren a verte y adorarte. ¿Seremos nosotros capaces de revestirnos de pastores y, humildemente, ir a adorarte? ¿Dónde estás, Señor? Porque quiero prepararte mi pesebre y arreglarlo de tal forma que te sientas acogido, cómodo y calentito. Quiero, Señor, que dentro de mí se haga la luz, la luz que Tú traes al mundo y, alejado de los ruidos y algarabías festivas, hacer silencio dentro de mí para que Tú, Señor, acampes tranquilo y me llenes de tu paz.
Líbrame de tanta alegría falsa, apoyada en cosas, fiestas y regalos. Líbrame de tanta risa obligada, forzada y engañosa. Líbrame de tanta rutina y alegría contagiosa, irreflexiva y vacía. Líbrame, Señor, de aparentar pesebre y construir palacios, de hablar de pobreza y vestirme de rey. Líbrame, Señor, porque naces y no te veo; porque naces y no te preparo mi corazón; porque naces y no te abro la puerta de mi vanidosa y ostentosa posada.
Líbrame Señor de tantas tentaciones y pecados. Líbrame Señor de mis esclavitudes y miserias para poder celebrar contigo y con lo que quieran una Navidad de luces, de silencio, de amor y de compasión con los que sufren y padecen. Amén.