Es importante que la semilla de tu corazón caiga en tierra buena. Una tierra bien abonada y regada que permita hundir profundamente tus raíces y dar buenos frutos. Una tierra que hay que cuidar y mantener bien protegida de todas las plagas que la amenazan con contaminarla y secarla.
La tierra de nuestro corazón necesita estar bien fijada y firme para protegerse de los vientos y corrientes que tratan de llevarsela y de dejar nuestro corazón lleno de abrojos, cizaña y otras malas hierbas que, ahogándo la semilla plantada le impide dar buenos frutos. Se hace necesario perseverar y sostenerse firme alimentado en y por la Gracia del Señor.
Y eso consiste en permanecer unido al Señor en la oración y, sobre todo, en la Eucaristía. Pero, hay más en dar buenos frutos causados y producidos por causa del verdadero amor. Un amor no sólo de fraternidad, sino un amor en clave de ágape. Porque, si no somos capaces de dar esos frutos, nuestros cuidados y riegos caen en saco roto.
Necesitamos permanecer injertados en el Señor y acompañados y asistidos por el Espíritu Santo. sólo así podemos dar esos verdaderos frutos de amor. Señor, sostén siempre mi semilla en tierra buena, para que dé buenos frutos y manténla preservada de todo peligro que pueda secarla y ahogarla. La pongo en tus Manos par queTú, el Buen Sembrador, la riegue con la Vida de la Gracia y la hagas fructificar con los mejores frutos que has preparado de mi cosecha. En tus Manos, Señor, me pongo. Amén.