La lógica nos dice que cuanto más te arrimas al peligro, más posibilidades tienes de caer en él. Más cerca, más posibilidades. Es la ley de las probalidades. Presumiblemente, cuanto más cerca estás del Señor, más posibilidades tienes de contagiarte de su pensamiento y de su Espíritu.
La cuestión, por tanto, es arrimarte lo más posible a Jesús, y pedirle su Gracia y su Luz. Y de permanecer, aunque se haga de noche, cada día de tu vida, siempre, a su lado, para, contagiado de su Gracia, puedas también vivir como Él.
Nuestra meta es ser semejante a Él. Hemos sido creados a su imagen y semejanza, y eso nos descubre que nuestro fin es parecernos y vivir en y como Él. Y lo podremos hacer en la medida que permanezcamos con Él, viviendo injertados en Él. Por eso, Señor, te pedimos esa Gracia, para no desfallecer, ni para dejarnos embaucar por los criterios y tentaciones de este mundo en que vivimos, tan limitado y diferente a Ti, dónde todo lo que se da exige su recompensa.
Perdón, Señor, por tanta soberbia y egoísmo. Te damos gracias por todo lo que tenemos, recibido de tu generosidad Infinita. Nuestra ingenuidad y pecados nos impulsan a exigirte o rechazarte de forma intrépida y atrevida. Perdónanos Señor. Y danos la sabiduría de sabernos simples criaturas agradecidas por tanto Amos y Misericordia.
Aléjanos de toda murmuración y que sólo los buenos pensamientos, aquellos que bendicen, habiten en nuestro corazón. Límpianos de toda maledicencia y de toda mala intención, para que todos nuestros actos sean reflejos de tu Amor y Misericordia. Sostén nuestra fe y concédenos la fortaleza de permanecer fieles y perseverar junto a Ti hasta el fin de nuestros días. Amén.