Hay una moneda internacional que es válida en todo los lugares de este mundo, y también del otro. Es una moneda que no necesita identificarse ni revalorizarse, porque siempre está revalorizada y aceptada en todas parte y a todas horas. Es archiconocida, aunque no mucho utilizada.
Se trata de la moneda del amor. Es gratuita y se da desinteresadamente sin medida de tiempo ni de intereses. Es la moneda que nos da Dios y con la que, de alguna manera, le pagamos a Él. No tiene nada que ver con la del Cesar, pues esa moneda exige tributos y cumplimientos, y se cambia por otra clase de compensaciones. No es gratis y no está al alcance de todos, pues muchos no pueden acceder a ella incluso con grandes trabajos. Es una moneda que hace esclavos y quita libertades.
Danos, Señor, la verdadera moneda por la que vale la pena luchar y esclavizarse. No monedas que se corrompen y caducan. Esas monedas no merecen esfuerzos por conseguirla, pues de nada valen. Tienen sus días contados y su valor decrece y acaba. Queremos monedas que valgan para ganarse la otra vida, la verdadera y eterna. Esa es la moneda con la que queremos pagar y negociar nuestra salvación.
Damos al Cesar las monedas que son de él. No las queremos, porque son monedas llamadas a la caducidad. Queremos dar a Dios la moneda que está por encima de todas las monedas, el amor. Es esa moneda, Señor, la que queremos ganar para ofrecértela gratuita como Tú nos la has dado. Y la ganamos cuando somos capaces de cumplir con nuestras responsabilidades, siendo legales y justos, pero priorizando siempre que Tú, Señor, eres lo primero y a Ti pertenecen todas las monedas.
Porque, Tú, Señor, eres Señor de la Vida y la muerte y todo lo que hay en este mundo y en el otro, todo lo visible e invisible te pertenece. Danos la sabiduría y la capacidad de comprender estas cosas para saber y discernir lo que es del Cesar y lo que es Tuyo, sabiendo y teniendo siempre claro que Tú estás por encima de todos. Amén.
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