Hay un serio y grave peligro. Porque, ante la oscuridad nos desesperamos y nos resignamos a seguir en la mediocridad e instalarnos tal y como hemos quedado. Descubrimos que damos pasos, pero, ¿son esos pasos suficientes? ¿Significa eso que hemos llegado a la meta? ¿Se acabaron los esfuerzos de conversión? ¿Estamos ya en la cima del monte? Sin desesperar, pero esas preguntas necesitan respuestas.
Porque, podemos quedarnos en la mitad del camino, y, creyendo que caminamos permanecemos parados e instalados cómodamente. O resignados y pasivos. Adaptados a una serie de normas, de practicas, de reflexiones escritas y algunas cosillas más. Como pueden intuir me estoy retratando. Y es que es mejor hacerlo, porque sólo a partir de nuestro propio retrato podemos iniciar el camino. No importa cuantas veces tengamos que hacerlo, lo que verdaderamente importa es hacerlo.
Es hora de levantar la mirada y no volverla atrás. Es hora de dejar todo lo que nos puede entretener y desviar y poner en el centro de nuestra vida al Señor. Está claro: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios». Son Palabras del mismo Jesús.
Pero, no nos confundamos, porque el demonio utiliza esta debilidad nuestra para ponernos la misión imposible y proponernos una misión más cómoda y fácil. Quiere que nos instalemos en la mediocridad y seamos cristianos de normas y preceptos, sin mucho compromiso. No, tampoco, desesperemos. Tengamos confianza. Primero desnudemos nuestras cartas y veamos nuestros vestidos. Posiblemente no llevemos el vestido apropiado al banquete, pero pidámosle al Señor que sea Él quien nos vista del vestido de su Gracia.
Tengamos confianza, porque el Señor quiere salvarnos y, por y para eso, nos invita al banquete. Pero, preparemos el vestido apropiad. Nosotros pongamos nuestra disponibilidad. Al estilo de María, ofreciendo nuestra actitud de esclavo o esclava, y dispuesto a dejarnos cambiar para la misión que el Señor tiene pensado en nosotros. ¡Hermanos, llegará ese momento!
El Señor cambiará nuestros corazones y nos hará, en el buen sentido de la palabra, sus predilectas marionetas, siempre en pie y dispuestas a continuar el camino. Es decir, nos dará un corazón nuevo, creado para amar que nos hará felices y gozosos para toda la vida. Amén.
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