Me indentifíco con uno de esos hijos, Señor. Muchas veces te he engañado y no he obedecido tus mandatos. Quizás haya sentido pereza en algunos casos; en otros no me he sentido con ganas ni deseos de realizarlos, y algunos los he hecho con más desganas que ganas. He de decir también que muchos los he hecho con buena intención y con gran deseo de hacerlos.
Sin embargo, tanto unos como otros, los hago porque sé que Tú no mandas nada malo, y que el hacerlo será siempre bueno para mi salvación. Claro que me cuesta, pero, ¿qué no cuesta en esta vida? ¿Acaso los estudios, el trabajo, la formación, no cuesta? Sabemos que detrás del bienestar y de lo bueno se esconde el trabajo, el esfuerzo y sacrificio. Será bueno reconocer que todo lo que Tú nos mandas, Señor, son cosas buenas para nosotros. Porque, Tú nos quieres y estás interesado más que nadie en salvarnos.
Por eso, Señor, te pedimos que infundas en nuestros corazones una fuerza de voluntad que nos ayude a vencernos y a cumplir con tus mandatos. Incluso cuando no lo veamos, no lo entendamos o nos cueste vencer nuestra pereza y nuestros apegos. Danos esa sabiduría de saber elegir lo bueno de lo malo, y de que, aunque nos seduzca otras cosas de este mundo, sepamos obedecerte y responder a tu Palabra y Mandato.
También te pido, Señor, que si te respondo precipitadamente de forma negativa, me des la paciencia y la sabiduría de darme cuenta y de experimentar ese dolor de arrepentimiento para reconocer mi equivocación. Y la fuerza de poder levantarme y vencer toda mi pereza, soberbia y vanidad, para, apoyado en tu Gracia obedecer y volver a tus mandatos.
Confiado, Señor, en esa petición y lleno de esperanza en tu Palabra, me abandono en tus brazos, Señor, y trata de perseverar y permanecer siempre a tu lado. Aun en los momentos más débiles y difíciles de mi vida, porque sólo siendo fiel a tu Palabra la vida tiene verdadero sentido.
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