Dame la sabiduría, Señor, de saberme una simple y pequeña semilla, que crece despacio y que necesita agua. No cualquier agua, sino el agua que viene de Ti, Señor, que es la que realmente da la vida. Porque, Señor, saberme semilla sembrada por Ti me da esperanza y me ayuda a perseverar y a ser paciente.
Señor, me cuesta crecer y madurar para dar frutos. Posiblemente, los árboles son más fuertes que yo y soportan las inclemencias del tiempo, y dan frutos. Yo me experimento más débil y tentado a dejarme vencer por las tempestades y sequías. No siento mi crecimiento ni veo la posibilidad de dar frutos. Me tienta la desesperanza y no noto que mi tierra pueda ser buen abono para fertilizar la semilla de mi vida. Me canso y agoto, y experimento que no muero para dar frutos.
Los días pasan y todo me parece igual. Mis palabras se escuchan repetidas y empiezan a perder fuerza. No dejes, Señor, que mi vida se interrumpa por la apariencia y el desaliento. Háblame, Señor, y descubre tu presencia en mí para que pueda retomar fuerza y seguir esperándote confiado y esperanzado. Riégame con tu agua de la Gracia y revitaliza en mí tu fuerza y poder para que pueda soportar el tedio y la rutina en la que está aprisionada mi vida.
Sácame, Señor, de la rutina de mi vida y dale sentido. Dame la sabiduría de que, al menos, a pesar de no dar los frutos esperados, hago lo que Tú quieres que haga. A pesar de no dar la medida de mis posibilidades y no poner plenamente los talentos que he recibido. Imprime en mi corazón la fuerza y el poder de dar el cien por cien de los talentos recibidos, pero, también, de aceptar todos mis fracasos, mi pequeñez y mis torpezas.
Descúbreme, Señor, mi fragilidad, mi suficiencia y mis pecados, para que, sabiéndome pobre y pequeño, sepa reconocer que Tú eres mi Padre, mi Creador y Señor, y mi Salvador. En tus Manos, Dios mío, me abandono y a tu Infinita Misericordia me confío. Amén.
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