No le habla Jesús a los que le han rechazado, sino a los que dicen creer en Él. Porque, se reconocen como hijos del Dios de Abraham, el padre en la fe, pero se manejan según sus leyes y sus tradiciones. Le reprochan a Jesús su ofrecimiento a liberarnos del pecado y se reconocen como hombres libres por ser hijos de Dios.
Pero, ¿ en qué Dios es el que ellos creen? ¿Un Dios al que luego no siguen ni le hacen caso? ¿Un Dios que sólo pone leyes que ellos mismos interpretan y exigen cumplir? Porque, también nosotros tenemos que preguntarnos por el Dios en que creemos. ¿Un Dios que está de acuerdo con mi manera de pensar, con mi manera de actuar y de proceder? ¿O un Dios al que obedezco y me someto según su Voluntad?
Jesús me presenta a ese Dios. Ese Dios al que él mismo, sin dejar su naturaleza Divina - Flp 2, 6-11 - se sometió asumiendo nuestra misma naturaleza humana hasta entregarse a una muerte de cruz. ¿Y mi Dios? ¿Quien es mi Dios? ¿Un Dios al que confieso pero no le hago caso? ¿Un Dios cuyas llamadas y mandatos no inciden en mi vida? ¿Un Dios que adecuo a mi manera y de acuerdo con mis intereses y pecados? ¿Realmente creo que creo, valga la redundancia en Dios, o son simples palabras vacías que no corresponden a la coherencia de mi vida?
Tendré más cuidado y le pido a Dios encarecidamente que ablande mi corazón y lo humille hasta el punto de abajarme y, humildemente, entienda que quien me puede liberar de mis pecados es Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre. Ayúdame, Señor, a comprender mi vanidad, mi orgullo, mi soberbia, mi falta de humildad y todos mis pecados de cada día. Ayúdame, Señor, a tener un corazón contrito, dolorido y avergonzado por todos mis pecados.
Ayúdame, Señor, a tener fuerza y capacidad para, abajándome como Tú lo has hecho, ser capaz de doblegarme a tu Voluntad y vencer al pecado que me pierde. En tus Manos, Señor, confiado y abandonado deposito toda mi confianza. Amén.
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