No cabe duda que lo que define la moralidad de un acto es su intención, independiente de que su resultado sea malo o bueno. A veces, teniendo buena intención, lo realizado sale mal, pero la moral del acto es buena porque la intención también era buena. Sin embargo, en el acto que nos cuenta hoy el Evangelio, la intención de Judas Iscariote no es buena. Le parece, para sus intereses, que se gasten un buen dinero en el coste de ese caro perfume de nardo en ungir los pies a Jesús cuando él, encargado de la economía del grupo lo podía conseguir para su provecho.
Por lo tanto, su mala intención define como malo su murmuración y protesta. María experimenta admiración y agradecimiento a Jesús por la resurrección de su hermano Lázaro y en deseos de manifestarlo unge sus pies con perfume de nardo. Un perfume de gran valor económico que, de alguna manera, quiere dejar señal patente de su gran agradecimiento y de su agradecido amor.
Lázaro, a quien quieren matar también los sumos sacerdotes y fariseos, representa esa vida nueva que nos promete Jesús a todos aquellos que se acercan a Él con verdadera fe y confianza. Es lo que está prometido y conseguido con su Pasión, Muerte y Resurrección. Jesús gana para todos nosotros la Vida Eterna. Eso que quede bien claro.
Es posible que no te lo creas como aquellos sumos sacerdote y fariseos, que a pesar de tener muchos testimonios de la resurrección de Lázaro reaccionan queriendo matar a ambos. Hoy está sucediendo lo mismo. Hay muchos que siguen queriendo quitar del medio a Jesús y a todos los que le proclamar y dan testimonio de Él. Pero, ya han pasado dos mil diecinueve años y sigue Jesús en pie. No podrán con Él porque Él está donde haya una persona que crea en Él y no podrán acabar con todas.
Además, nos ha prometido venir de nuevo para llevarnos a la Casa de su Padre -Jn 14, 2-3- donde viviremos eternamente y en plenitud de gozo y felicidad. Pidamos que perseveremos y nunca perdamos la fe. Amén.
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