No es fácil cerciorarse de que Jesús ha resucitado. Es algo que no nos cabe en la cabeza. Los de Emaús que habían regresado al grupo y contaban que habían visto al Señor se vieron sorprendido, junto con los demás, de nuevo con la aparición de Jesús, y no se lo creían. Prueba de que creían que era un fantasma es que Jesús les demostraba que era Él: En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.
Observamos como les cuesta creer en la resurrección. Y Jesús se los había dicho y ahora estaba delante de ellos. También a nosotros nos cuesta creer. Tenemos el testimonio de los apóstoles y la Palabra que nos han dejado en las Escrituras. Y también el testimonio de muchos santos que han llegado a los altares por medio de la Santa Madre Iglesia, pero, así y todo nos cuesta creer.
Sin duda es un don de Dios. Pidamos el don de la fe y abramos nuestros corazones para que el Espíritu Santo, que continúa la labor del Señor Jesús, nos abra nuestras mentes y nos ilumine para que comprendamos y veamos con certeza que Jesús es el Señor Resucitado en el que se ha cumplido todo lo profetizado por los profetas.
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