Sabes por experiencia propia que cuando se va la luz todo queda a oscura. En milésimas de segundo te das cuenta del valor de la luz y su importancia para alumbrarnos en la noche. La oscuridad es tenebrosa y te deja perdido y sin orientación. Eso mismo experimentamos cuando nos alejamos de alguien que sabe más que nosotros y nos orienta el camino. Lejos de él nos perdemos.
Eso fue lo que le ocurrió a Judas. Se quedó encerrado en sus pensamientos y en su imaginación. el Mesías que había imaginado no se correspondía con el Mesías que tenía delante. Y, en lugar de acercarse a Él y conocerlo mejor y más profundamente dejándose interpelar por Él, se aleja y se aparta de Él. Se va de la Luz con mayúscula y se introduce en la oscuridad del mundo. Un mundo perdido y sin orientación. Un mundo contaminado por el pecado del poder, la ambición y la soberbia.
Quizás nos esté ocurriendo a nosotros lo mismo. Pidamos, en estos días de reflexión serena y profunda, dejarnos interpelar por el Señor. Junto al silencio de su Madre, María, perseverar en silencio y con esperanza en la Palabra del Señor. No nos adelantemos a tomar caminos precipitados ni a dejarnos llevar por nuestros juicios desesperados y ambiciosos. Dejémonos tocar por la Gracia del Señor y creer en su Palabra.
No nos engaña. Al contrario nos da Luz y nos alumbra el único y verdadero camino. Va a entregar su Vida obedeciendo la Voluntad del Padre. No hay mayor testimonio de fidelidad, de veracidad, de darnos todo hasta el extremos de entregar su Vida por nosotros.
Tengamos paciencia y fe y pidamos luz. Esa luz que nos saque del abismo de la confusión, de la soberbia, del desespero y de la impaciencia. Espera al cumplimiento de su Palabra, a la Resurrección. Date de plazo tres días y luego, grita de jubilo y alegría al verle Resucitado. Amén.
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