Confieso, Señor, que mi fe no es la que me gustaría que fuese. Muchas veces me asaltan dudas y camino en medio de la oscuridad. Otras, la apatía, el tedio y mis propias pasiones me tientan y amenazan con alejarme de tu camino. En otros momentos mis propias debilidades y fragilidad me impiden seguirte con firmeza y fortaleza. Entonces, me siento débil, pequeño, pobre y muy alejado de Ti, Señor.
Experimento una fe que ante cualquier amenaza se tambalea, se desmorona y se derrumba. Una fe que no se sostiene con firmeza y que se siente amenazada y vencida ante las tentaciones que el mundo le propone y en las que se experimenta seducido y debilitado. Por eso y ante eso, Señor, acudo a Ti con la esperanza de encontrar fortaleza para la lucha y salir victorioso.
Es verdad que, en otras ocasiones y circunstancias mi fe se agranda y se siente estimulada y emocionada. Experimento, en esos momentos, alegría y fortaleza y me lleno de gran esperanza. Algo así como experimentar, desde aquí abajo, el gozo y la alegría a la que aspiro vivir junto a Ti, Señor, para toda la eternidad.
El camino se hace duro y difícil. Hay etapas de oscuridad, de sentirnos alejados y de estar descontentos con nosotros mismos. Perdemos el norte y no nos aceptamos cuando es Dios quien nos ha creado así, nos conoce y sabe todo respecto a nosotros. Es así como nos ha querido y nos quiere y sólo nos propone mejorar y perfeccionarnos contando con su Gracia, porque, por nosotros mismos no podremos lograrlo.
Por lo tanto, Señor, consciente de todo eso te confesamos como el Hijo de Dios Vivo y te pedimos tu Gracia para caminar hacia ese camino de perfección hasta llegar a Ti. Ayúdanos, Señor, a mantenernos unido a Ti y a saber poner nuestra vida, que es Tuya, en tus Manos. Danos el don de la fe. Amén.
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