El Espíritu Santo ha sido enviado para continuar la misión del Señor. Conviene que el Señor haya subido a los Cielos, junto al Padre, después de su Resurrección, para que, en su lugar, venga a nosotros el Paráclito, el Espíritu de Dios, que nos irá acompañando en nuestro camino mundano y enseñando todo lo que nos falta por saber, así como lo que no hemos entendido, según nuestro Señor Jesús nos ha enseñado, y nos han ido transmitiendo el Colegio Apostólico.
Por mi parte, siempre he creído que el Espíritu Santo alumbra y empuja mi vida. Hay muchas cosas en ella que, a no ser por el Espíritu Santo, no podría explicar ni decir de donde he sacado las fuerzas para realizarlas. Y no se trata que me haya dado cuenta enseguida y en los momentos que las realizaba, sino que he ido experimentando que una fuerza invisible me inquietaba, me empujaba y me lanzaba a la aventura de hacerlas.
Y digo esto porque has sido hechos que, por mí solo, no me hubiese atrevido a hacerlo. Indudablemente, no han sido cosas relevantes o de gran importancia, pero sí muy importantes para mí y superiores a mis fuerzas y capacidades. Por lo menos yo pensaba así antes de emprenderla. Y siempre tengo ese sentimiento de sentirme empujado a ello por una Fuerza exterior que me descubre que debo y tengo que emprender tal acción. Estas mismas reflexiones estaban en el deseo de hacerlas, pero no sabía como hacerlas ni si me atrevería a ello. Y menos escribir un libro. Dios mía estaba fuera de mi alcance y mi capacidad. Incluso en muchos momentos me sorprendo como bullen las palabras, movidas por mis dedos, de forma automáticas y casi sin pensarlo, como si del mismos Espíritu Santo saliesen.
En mi vida es muy importante la presencia del Espíritu Santo. En Él pongo todas mis esperanzas, porque Él es garantía de triunfo, aunque en este momento y en este mundo no se vea y si aparezcan momentos malos, de sufrimientos y dolor. Es promesa de Jesús y, como sabemos todo lo que dice lo cumple. No conozco otro Dios que se haga presente cada día en tu vida como prueba de su amor y de su interés por ayudarme a superar los malos tragos por los que irremediablemente tendré que pasar.
Quizás esa es la prueba que su Amor y su Verdad me exigen. Un Dios que, en su Hijo, me da testimonio y ejemplo para que yo le siga y, no deja que me embarque yo sólo, sino que se embarca Él primero en esa aventura de salvarme entregando su Vida para mi salvación. Por todo ello, Señor, Dios y Hombre Verdadero, te doy gracias por tu Amor y por todo lo que me has dado, y te pido que no me dejes caer en manos del enemigo que me asedia y tienta para apartarme de Ti. Fortaléceme, Señor, y alúmbrame el camino a seguir. Amén.
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