Hemos sido creados semejantes al Señor, y eso significa que nos parecemos algo a Él, pero esa semejanza no tendrá efecto si nos apartamos de su presencia. Si de Él hemos salido, a Él volveremos. Por lo tanto, todo lo que sea alejarnos de la presencia del Señor es pérdida y muerte. Necesitamos, no sólo estar cerca de Él sino permanecer en Él e intimar con Él a través de la oración.
Porque, es el contacto permanente con Él a través de la oración lo que nos va a permitir experimentar que con y en Él todo es posible. Y eso significa que será posible amar, pero no al estilo humano donde todo lo que se da se guarda y se valora para, en recompensa y compensación, recibir el valor de lo dado. Será posible, decíamos, un amor al estilo de Jesús. Significa eso que será un amor gratuito, sin condiciones y pleno hasta el extremo de entregar la vida.
Una vida que quizás no sea cruenta, pero sí sacrificada día a día en el servicio entregado, en la disponibilidad diaria y la obediencia a darse gratuitamente. Posiblemente, esa medida de amor sea más sangrante y más sacrificada que la entregada toda y al instante. Una vida servida y dada gota a gota, en la escucha, en la atención, en la disponibilidad, en la comprensión, en el servicio y en la solidaridad al que más lo necesita, al marginado y al excluido.
Eso, Señor, es lo que pedimos, un corazón generoso, comprensivo, escuchante, atento y disponible a auxiliar, a comprender, a escuchar, a aliviar y a servir de forma gratis y por amor. Y eso sabemos que nuestro corazón egoísta y endurecido no lo podrá realizar sin tu auxilio y tu Gracia. Por eso, Señor, te pedimos que transformes nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, tierno, suave, humilde y sencillo para que ame como Tú nos amas. Amén.
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