Dios y Padre nuestro, hoy la Palabra invita a contemplarte como el propietario que con amor e ilusión planta la viña y hace cuanto puede para que las cepas puedan crecer y producir fruto. Te contemplamos como el Padre paciente que no se cansa de amar ni de esperar una respuesta positiva de nuestra parte, que a veces producimos agrazones o no sabemos reconocer que todo el bien que existe en la Iglesia y el mundo es fruto de tu amor, y que no somos sus dueños.
Por eso te pedimos, Padre, que nos dejemos trabajar por ti, que tu rostro luminoso renueve nuestro modo de pensar y sentir para que no actuemos como propietarios de lo que no es nuestro, sino tuyo. Que aprendamos a colaborar contigo cuidando lo que ha plantado tu diestra amorosa: nuestra vida y la de nuestros hermanos, el universo que nos has confiado para que sea el jardín y la casa de toda la familia humana, la capacidad de amar y hacer el bien que, junto con tu Espíritu, habita nuestro corazón. Ayúdanos a ser, como Jesús, testigos y constructores de tu Reino. Amén.
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