Señor, no asumo ser débil. No acepto tener una salud quebradiza. No me gusta equivocarme. No quiero depender de nada, de nadie, ni siquiera de ti. Lo reconozco. Pienso que todo habría sido mejor sin los defectos y faltas que me avergüenzan.
Tú, sin embargo, amas mi debilidad y me pides que te la ofrezca. Me llamas a mí, con mi amor propio, mi orgullo, mi ímpetu dominador, mi corazón dividido, mi ansiedad, mis apegos, mi sensibilidad que me produce tantos rompimientos de cabeza, mi cansancio, mi perfeccionismo, mi coraje... Me quieres como soy.
Ayúdame a comprender que en mi herida está mi don; en mi pecado, tu misericordia; en mi pobreza, tu riqueza; en mi tentación, tu Espíritu; en mi sufrimiento, la fuente de la sabiduría; en mi dolor, la capacidad de comprender a los demás.
Señor, aunque me cueste, quiero ser más humilde y apoyar mi vida no en mi fuerza, sino en la tuya; y te ofrezco mi debilidad, como mediación amorosa, para que puedas hacer presente tu ternura en las personas que me rodean y en las que más puedan necesitarme. Amén.
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