Señor danos paciencia: hasta que el mundo se llene de tu presencia, hasta que nos amemos, hasta que veamos las cosas claras, hasta que oigamos todas las voces, hasta que renazca lo mejor de cada uno, hasta que hagas brotar el amor más puro, hasta que muera en nosotros toda la malicia, hasta que ayudemos al otro a ser, hasta que no compitamos unos con otros, hasta que la ilusión y la paz triunfen, hasta que el hombre no sea enemigo del hombre.
Mantennos firmes, Señor, y sin quejas, contentos y satisfechos con lo que somos, sin ansiar tener más cosas, sólo deseando compartir con el hermano todo don que nos ha sido dado y que se necesita para hacer tu reino.
Sé para nosotros un estímulo del respeto a la diferencia, un impulso a darse del todo, sin esperar nada, una emoción que nos abraza y llena de sentido nuestra vida. Tú eres la luz que espera el mundo. Amén.
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