Mi vida no vale por lo que tengo o por el lugar relevante que puedo tener en la sociedad en la que vivo, sino, simplemente, por lo que soy. Es decir, mi vida vale porque Dios me ha dado la dignidad de ser su hijo y, como hijo de Dios, igual a todos los hombres en dignidad y derechos.
Los derechos humanos no me vienen por la ley, que hoy es y mañana puede cambiar por el capricho o interés de los hombres, sino por Alguien que está antes de la ley y me da esa dignidad.
El hombre tiene derecho a ser libre, a la vida y a decidir su camino. Y esa dignidad le viene dada por el hecho de ser persona humana. Es antes y está por encima de la ley. No cabe ninguna duda que esa dignidad le viene gratuitamente y sin merecerla desde arriba y que los hace a todos iguales y con los mismos derechos humanos. Por todo ello damos gracias a Dios.
Y le pedimos que nos de la sabiduría y la voluntad para corresponder a esa dignidad de hijos suyos que hemos recibido sin merecerlo. Te pedimos, Señor, coherencia de nuestras palabras con nuestra vida y que seamos fieles y responsables con el compromiso de nuestro bautismo. Un bautismo donde nos has nombrado, Señor, hijos predilectos tuyos y nos ha enviado al Espíritu Santo para, que como con Jesús, tu Hijo predilecto, nos guíe y nos dirija por el camino que nos lleva a Ti.
Señor, conscientes de que no merecemos tanta Gracia ni tu Misericordia, te pedimos perdón por todos nuestro pecados y, postrados humildemente a tus pies, imploramos fortaleza y paciencia para, con la fuerza del Espíritu, sostenernos en tu Voluntad y perseverar coherentemente en tu Palabra. Amén.