En cualquier instante puede llegar el final de nuestra vida y, simplemente, conocer esa realidad debería movernos a permanecer vigilantes y despiertos, atentos no sólo a nuestras propias señales de nuestros cuerpos sino también a las del mundo en el que vivimos. Pidamos esa Gracia para permanecer vigilantes y atentos a la Palabra de Dios y, también, pidamos la sabiduría de saber interpretar la Voluntad de nuestro Padre Dios.
Pidamos la fortaleza de no dejarnos embotar por los vicios, bebidas y afanes de este mundo, tal y como nos dice el Evangelio de hoy, que tratan de apartarnos de la Palabra de Dios. Vivimos en un mundo lleno de tentaciones que nos distraen, nos embotan y nos y nos esclavizan sometiéndonos a la voluntad de este mundo, que no es otra que apartarnos de nuestro Padre Dios.
Seamos fieles y resistámonos al vicio, a la bebida y afanes que nos pierden y endurecen nuestros corazones. Y para eso, pidamos que nuestros corazones sean perseverantes en la oración, en la frecuencia del sacramento de la reconciliación y, sobre todo, la Eucaristía, alimento que nos da la fortaleza y la Gracia de resistirnos al pecado. Unidos al Señor e injertados en el Espíritu Santo podemos superar todos estos obstáculos, propios de nuestra condición humana, que nos debilitan y nos alejan de la vida de la Gracia.