A veces recorremos mal el camino o no encontramos la vereda correcta por donde debemos ir. Pensamos que encontrarnos con Dios tiene que ser en cosas grandes, notorias o que llamen la atención. No le damos importancia a lo cotidiano de cada instante y momento de nuestra vida. Y es ahí donde está verdaderamente el Señor. En la brisa suave y ligera que nace cada día en nuestro corazón.
Las cosas pequeñas son las que descubren nuestra identidad y las intenciones que viven en nuestro corazón. Los detalles más, aparentemente, insignificante marcan nuestro camino y descubren nuestra verdad. Quien se toma en serio lo pequeño, también se tomará, quizás con más razón, lo grande. De la misma forma, quien es fiel en lo pequeño lo será también en lo grande.
Esforzarnos en las cosas que parecen no tener importancia. Hacer todos nuestros actos con el más delicado y cariñoso interés. Tratar de hacerlo lo mejor que podamos y ofrecer lo mejor de nosotros para el bien de los demás, es vivir en el esfuerzo de hacer la Voluntad de Dios. Porque, Él es nuestro publico y siempre está presente en nuestra vida. Para nosotros siempre está la plaza llena, porque la llena el Señor.
Todos nuestros actos, incluso los hechos en la oscuridad del mundo o de la luz, deben de ser dedicados al Señor, porque para Él es la Gloria y Alabanzas. Porque Él lo ve todo y está presente, y tomar conciencia de eso es creer en Él. Pidamos esa fe, la fe de sabernos siempre en la presencia del Señor y vivir en su Voluntad. La voluntad de buscarle siempre anteponiéndole a todas las cosas, riqueza, ambiciones, fama, honores, títulos...etc.
Hagamos el compromiso de esmerarnos en el hacer de cada día, desde levantarnos y asearnos y estar presentes y al servicio de todos los que nos rodean diariamente. Podemos ser la luz que, todos los días, les alumbre, les recuerde y les proclame que Dios está presente y junto a nosotros. Y todos nuestros actos van dedicados a Él. Amén.