Todos anhelamos vivir lo más posible. Las dietas, los gimnasios, los deportes, los cuidados para conservar el buen estado físico y la salud...etc. Mucho tiempo de nuestra vida lo dedicamos a cuidarnos y a hablar de esta preocupación que todos tenemos por conservar y prolongar la vida. Nos preocupa la salud y el dinero,pero no mucho el vivir eternamente. Al menos esa son las preguntas que se disparan en las encuestas: salud, dinero y amor.
Sin embargo, nadie se pregunta que la vida ha sido creada para permanecer siempre despierta y viva, y vivir eternamente. Porque esa es nuestra vocación y nuestra llamada. Estamos invitados a un Banquete Eterno. Ya nos lo decía Jesús en el Evangelio de hace unos días.
Estamos llamado a vivir eternamente aunque eso no supone que nos descuidemos mientras pasamos por esta vida. Pero nuestro destino es la Vida Eterna. No obstante, sorprende que esta llamada se olvida y muy pocos le prestan atención. ¿Qué nos ocurre? ¿Acaso no creemos en la Palabra de Dios? ¿O no tenemos la astucia y audacia de aquel administrador infiel del que nos habla el Evangelio de hoy?
Pidámosle al Señor que nos despierte la mente y nos mueva el corazón a responder y buscar esa vida eterna a la que estamos llamados. Pongámonos en camino y manos a la obra, porque dependerá de nosotros responder a esa invitación. Luego, el darnos esa Vida Eterna será por la Misericordia y gratuidad de Dios, que cuenta con nuestra astucia e interés. Por eso nos ha dado la libertad y los talentos necesarios para que nos pongamos en acción.
En ese sentido, el administrador infiel nos da ejemplo. Ejemplo que el mismo Señor Jesús ha admirado.
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