A la hora de mi atardecer me asaltan mis miedos y dudas. No tengo nada que darte. Miro mi vida y no veo los frutos que pienso Tú esperas de mí. ¿Qué puedo ofrecerte? Analizo mi camino y encuentro decepciones, fracasos, caídas, pecados, infidelidades... y pocos frutos. Mi cosecha es pobre y mis manos, ¡siento miedo!, están vacías. ¿Qué puedo ofrecerte Señor?
Me consuela y da esperanza cuando el momento de tu Crucifixión, aquel ladrón experimentó tu divinidad, y el Espíritu le iluminó para reconocerte verdadero y único Hijo de Dios. Reconoció sus miserias y sus pecados. Por eso yacía allí, junto a Ti, castigado a una muerte de cruz por sus propios pecados. Sin embargo, reconoció tu limpieza, tu Verdad, tu inocencia para que Tú Señor merecieras ser condenado a morir en la Cruz.
Y, ofreciéndote sus miserias y sus pecados, te pidió que te acordaras de él cuando estuvieses en tu Reino. Y Tú Señor le respondiste: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». Posiblemente aquel ladrón no tendría nada que ofrecerte y a Ti nada te importó. Igual que me pasa a mí Señor. No tengo sino miserias como aquel buen ladrón. Ten piedad y acuérdate de mí cuando estés en tu Reino.
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