Me recuerda aquella marcha a paso ligero para llegar a tiempo a la Eucaristía. Supongo que Mento la recuerda muy bien. Pues bien, en la vida ordinaria, mi vida por ejemplo, mis pasos sienten el cansancio y la dureza del camino contra corriente. Seguir a Jesús es un camino de espina, contrario a la corriente del mundo, y lleno, a demás, de dificultades, incomprensiones y trampas.
Mientras el mundo ama a los que le aman; dan a los que le dan; valora a los que tienen poder y capacidad para dar a cambio de... El Reino de Dios, ese Reino que queremos seguir, ama a los que no dan; da a los que no dan ni tienen que dar; sirven a los que no te sirven e incluso te rechazan, y aman precisamente a aquellos que te odian y te hacen la vida imposible, e incluso te ponen trampas en el camino.
Queda a la vista muy claramente que, seguir a Alguien que te ofrece este camino duro y al revés del mundo donde vives, se hace muy difícil por no decir imposible. Sin embargo, lo sorprendente que lo hace posible es que ese Alguien, Jesús de Nazaret, no sólo te dice que lo sigas, sino que Él se pone a la cabeza y va delante. Tú y yo solo tenemos que ir detrás. Quién abre el camino es Él; quién señala la ruta es Él; quién ánima y da fuerzas para sortear los peligros y superar las trampas es Él. Con, por y en Él se puede lograr.
Y esa es nuestra esperanza, nuestro ánimo, nuestra fuerza, nuestro poder. En Él nos sabemos fuertes, e invencibles; capaces y perseverantes; pacientes y serenos. En Él nuestros pasos cobran vida, se fortalecen y se renuevan y descansan del cansancio para, recuperados, emprender con firmeza y sin vacilación el Camino de la Verdad.
Pidámosle esa Gracia al Padre, que nuestros pasos no dejen nunca de seguirle a pesar de nuestro cansancio y nuestros pecados.
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