Nadie se atreve a caminar por un lugar peligroso, y menos a sabiendas de que por ese camino está expuesto a peligros incluso de muerte. Es obvio que nuestra primera reacción es huir de esa situación y aventurarnos por caminos más seguros. ¿Quién no piensa así? No sería humano pensar de otra forma.
Sin embargo, Jesús piensa de otra manera. Él mismo, no sólo lo piensa, vivió de otra manera. Daba de forma libre y voluntaria sin pedir nada a cambio, cosa extraña para nosotros, pues según nuestra forma de pensar, si damos esperamos recibir. Incluso se complicó su vida hasta entregarla por nosotros. Y no de una manera cualquiera, sino de la forma más ofensiva, indigna y reservada para los peores, una muerte de cruz.
Todo eso sin exigir nada. Es una forma muy extraña e inteligible para nosotros. Nunca lo comprenderemos porque nuestra humanidad está tocada e inclinada, por el pecado, a ser egoísta. Pero en Él, y por su Gracia, podemos llegar a comprenderlo y hasta vivirlo. Es lo que hoy nos propone Jesús: «Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a
algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre».
Y seguidamente, nos llena de esperanza y de fuerzas para atrevernos a vivir esa experiencia de amor: «Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Hoy, Padre nuestro, en, con y por tu Hijo Jesús, te pedimos esa fuerza y esa valentía para, confiados en Él y en tu Espíritu, seamos capaces de entregar nuestra vida en la vivencia y proclamación de tu Palabra.
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