Señor, no hay duda que has muerto, y bien muerto. La Cruz ha sido tu condena y en ella, crucificado, has expirado tu último aliento hasta entregar tu Espíritu al Padre. Y también quiero morir rendido a tus pies hasta mi último aliento, y entregarme, por medio de Ti, al Padre.
Quiero entregar mi vida dedicada a hacer viva tu Palabra y a proclamarla con mis obras y vivencias. Sé que en el camino no estaré a la altura tuya, y que mi dolor no será como tu dolor, pero eso es lo que soy, y eso, todo lo que he recibido de Ti, te lo quiero entregar multiplicándolo con mi esfuerzo y dedicación.
También sé que yo sólo no podré avanzar ni aguantar tanto dolor y dificultades, pero confío y sé que Tú no me fallarás porque estarás conmigo en todo momento. Pongo mi corazón a tu disposición y me entrego a la obra y acción del Espíritu Santo que Tú nos has enviado.
Por eso, Padre, hoy, mirando la Cruz en la que fue crucificado tu Hijo Jesús, quiero implorarte como aquel buen ladrón, tu Misericordia, y que, en su Nombre, te acuerdes de mí y me asistas en tu Espíritu para no perderme ni desviarme de tu camino. Dama las fuerzas para tomar yo también mi cruz y seguirte tras los pasos de la tuya.
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