Y es que todo lo que somos es pura Gracia de Dios. Tomar conciencia que cada paso que das es por la Gracia de Dios, es caer en la cuenta que caminas porque Él te sostiene en el Espíritu Santo. No podría ser de otra forma, porque ante el sermón de la montaña tu pobre corazón queda encogido y sin aliento.
Bendecir y bienaventurados aquellos que sufren, que son pobres, humanos, que lloran, que padecen hambre, persecuciones, injusticias... Los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz... equivale, en un mundo como el nuestro, en remar contra corriente. Porque, el mundo busca lo contrario y cree, de forma ciega y tozuda, que lo que busca, la felicidad, la encontrará ahí.
Nosotros, los que tratamos de seguir a Jesús, experimentamos que así no es, pero también sufrimos en nuestras propias carnes la dureza de vivir en las bienaventuranzas. Nos damos cuenta que solos no podemos y que necesitamos la Gracia y las fuerzas del Espíritu de Dios. Y esa es la razón, no hay otra, por lo que Jesús nos ha prometido la asistencia y compañía del Espíritu Santo. En Él, con Él y por Él podemos caminar en el reto de vivir en el espíritu de las bienaventuranzas.
Y a Él nos encomendamos suplicándole que nos inunde de su Gracia para poder, como Jesús, darnos en amor bienaventurado a los demás.
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