Sí, Señor, primero que viva lo que pienso, y luego que mis palabras nazcan a la vida y se eleven a Ti. Porque no tendrían ningún valor ser pronunciadas y ofrecidas a Ti, para luego quedar dormidas en el escenario de mi propia vida. Ponme enrojecido mi pobre corazón para que mi vergüenza sea grande y me impida hablar antes que vivir lo hablado.
Dame la capacidad, la voluntad y la sabiduría de entender que orar es vivir el amor del perdón, porque en la medida que sea capaz de perdonar a los que me ofenden, recibiré tu perdón. Tú nos lo has dicho, Señor. No nos afanemos en usar y rebuscar palabras bonitas y halagadoras porque solo una cosa es importante: el perdón que provoca el amor.
El amor a Ti, Dios Padre, que nos hace capaces de soportar y perdonar a nuestros enemigos y de poder proclamar en justicia y verdad la oración que Tú nos has enseñado: Padre nuestro del cielo santificado...