Por nuestra condición pecadora somos débiles y frágiles, y, por supuesto, fallamos y damos mal testimonio y ejemplo. Sin darnos cuenta podemos escandalizar a otros. Pero, sobre todo, si somos conscientes nuestra responsabilidad es todavía mayor. Por eso necesitamos la oración y la asistencia del Espíritu Santo, para estar y permanecer vigilantes y fortalecidos por su Gracia.
La lucha es constante y diaria. El mundo nos tienta cada instante y el demonio actúa con astucia para distraernos, seducirnos y hacernos ver que nuestro gozo y felicidad se encuentra en este mundo. Y para ello, lo inmediato es alejarnos del Señor. Logrado eso nos tiene a su merced y nos hará unos tristes hombres sin esperanza y sometidos a los placeres caducos del mundo.
Somos afortunados porque el Señor nos perdona y nos advierte de que también nosotros tenemos que perdonar las veces que sea necesario siempre y cuando se manifieste el deseo y arrepentimiento del pecado cometido. Por eso Jesús nos dice: «Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, le perdonarás».
La Misericordia de Dios es Infinita y esa es nuestra salvación. Dios nos perdona todas las veces que sea necesario, pero nos pide el arrepentimiento de nuestros pecados. Y esa es nuestra petición que hoy te presentamos, Señor. Una petición de agradecimiento por tu inmensa Misericordia que nos da vida y esperanza. También te pedimos que nos des la virtud y la fortaleza de ser misericordiosos con nuestros hermanos y sepamos perdonarles, siempre y cuando ellos nos ayuden con sus arrepentimientos y buenas intenciones. Amén.
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