Cuando no plantamos ni cuidamos la siembra como es debido, la cosecha no es la esperada ni los frutos salen como deseamos. La vida es el resultado de nuestras obras. Si lo que hacemos lo hacemos sin pensarlo bien, sin prestarle atención y cuidados responsables, los resultados serán malos. Eso no tiene nada que ver con las propias dificultades que la misma vida nos presenta, porque la vida es un camino, queramos o no, de cruz, y termina, en este mundo, con la muerte.
Así son los conflictos y los líos. Plantamos mal y no damos los cuidados necesarios a las semillas y luego queremos recoger los mejores frutos. La cruz de nuestra vida va horadando nuestro corazón hasta pedirnos la propia vida. Sin embargo, la Cruz nos salva cuando entregamos la vida hasta la muerte por amor. Los buenos frutos nacen sólo del amor. Y el amor es entrega y servicio.
Dame, Señor, la fortaleza, la sabiduría y la paz, para cada instante de mi vida, y unido al Espíritu Santo, poder ir entregando, como lo hiciste Tú, mi vida. No es fácil en este mundo, donde en tu propia casa nacen los primeros obstáculos que luego se multiplican en la vida de la calle. La cruz nace de las risas, de las burlas, de los sufrimientos, de las incomprensiones y todos los obstáculos que los demás nos ponen por complejos, envidias o auto engaños. La cruz está dentro de tu propia vida, porque, al final, es la cruz la que te salva si eres capaz de abrazarla y de renunciar a tu vida dándola por el bien de otros.
El que pierda su vida la ganará, y quienes la ganen la perderán, Mt 16, 25. Y perderla es entregarla por hacer el bien, a pesar de no ser correspondido, reconocido, ni, incluso aceptado. Eso te pedimos desde este rincón, Señor, ser capaces de ir entregando mi vida por hacer que otros sean también capaces de enderezar las suyas, y la dirijan a Ti. Porque Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.
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